por Joan Valls
La caída del Muro desplazó la polarización de Occidente y la URSS a un enfrentamiento entre Estados Unidos y Francia. Los noventa y el nuevo milenio traerían tiempos de lucha y discursos menos visibles, esta vez entre un eje atlántico fuerte y una francofonía en decadencia. Neutralizado el peligro rojo, el discurso se desplazó rápidamente hacia la confrontación con el integrismo islámico, que, en muchas ocasiones, fue utilizado para la guerra caliente que libraban Washington y París en distintos puntos del planeta.
Separarse de Francia ha sido siempre una tarea dolorosa. Una vez te conviertes en colonia gala, con el desastre que ello conlleva, tu posterior deseo de afirmación exige mucha sangre y, probablemente, un nuevo padrino más fuerte. España no ha sido la única perjudicada por los gobiernos de los nefastos Giscard y Mitterrand, indiferentes, por decirlo de forma suave, al santuario etarra. Ruanda, con un millón de asesinatos en los noventa, le debe parte de la génesis de su genocidio al fallecido caudillo socialista francés. Una vez consumado el fracaso a escala global del régimen de Chirac, Sarkozy sólo llega para maquillar el orgullo de la metrópoli derrotada y para tratar de congraciarla con Washington, a la espera de unas migajas y del mantenimiento de las reservas galas, conocidas como francofonía. No obstante, el panorama en el Congo es aterrador, y Bélgica está a un paso de la división. Queda por ver si España entra en el acuerdo o logra su independencia definitiva a partir de marzo de 2008.
De todos es conocida la trágica relación de hutus y tutsis a lo largo de casi ocho siglos. Las tensiones tomaron un cariz apocalíptico a partir de los sesenta. Una década más tarde, unos 400.000 hutus fueron asesinados en la vecina Burundi, plantándose así nuevas semillas de rencor en un campo abonado por demasiadas afrentas. Los hutus fueron siempre los agricultores pobres, frente a la élite de ganaderos tutsis, favorecidos por la administración belga, que no dudó en jugar la carta étnica para controlar a ambas comunidades. En abril de 1994, el presidente hutu Habyarimana muere en un atentado y comienza el genocidio de tutsis a manos de hutus armados y perfectamente organizados hasta en la más remota aldea. Más de 800.000 tutsis son asesinados en pocos meses, ante la indiferencia de UNAMIR, la misión de Naciones Unidas, y de las potencias europeas con fuertes intereses en la zona. El genocidio había sido planificado al milímetro por las élites hutus, incluso en consejos de ministros, lo que rompe con la imagen de una locura tribal y espontánea que se ha querido ofrecer a la comunidad internacional.
La suerte de los tutsis ruandeses ya estaba echada, no obstante, cuatro años antes del asesinato del presidente Habyarimana. La Operación Turquesa, a cargo de Francia, ha quedado en la retina de muchos occidentales como la que pacificó Ruanda en 1994, antes de que los tutsis retomaran el poder con su potente FPR. Sin embargo, cuatro años antes, las excelentes relaciones de Mitterrand y Habyarimana habían puesto en marcha la Operación Noirot, que facilitaría el entrenamiento de las milicias hutus por parte de oficiales franceses como paso previo al diseño definitivo del genocidio promovido por el gobierno ruandés. Una operación Noirot en aras de la francofonía y sus implicaciones geoestratégicas, frente a una Uganda anglófona, pro tutsi y financiada por Estados Unidos.
La caída del régimen de Saddam Hussein habría que interpretarla de forma parecida. Una lucha de Estados Unidos por desplazar la influencia que el régimen canalla de Chirac había consolidado en la zona de la mano de rusos y de chinos sedientos de petróleo barato a cambio de vetos en las Naciones Unidas del corrupto Koffi Annan (procedimiento que el gigante asiático ha seguido en Sudán). Para cualquier persona con inquietudes, pero, sobre todo, para los españoles, por nuestra condición de colonia gala, es imprescindible conocer las actuaciones dentro y fuera de las fronteras del que, probablemente, sea uno de los estados más agresivos y falto de escrúpulos en la historia reciente del mundo. José María Aznar siempre fue un patriota y, por ello, en un ejercicio de afirmación, sacó a España del estercolero franco-alemán y la situó en el eje atlántico. Luego, llegó la sangre del 11M. Quizá los que se manifestaban contra la invasión de Irak, inconscientemente, intuían el precio que íbamos a pagar en desiertos no tan lejanos, que son los nuestros.
Libertad, igualdad, fraternidad, Operación Noirot.
1/4/09
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