1/4/09

Operación Noirot

por Joan Valls

La caída del Muro desplazó la polarización de Occidente y la URSS a un enfrentamiento entre Estados Unidos y Francia. Los noventa y el nuevo milenio traerían tiempos de lucha y discursos menos visibles, esta vez entre un eje atlántico fuerte y una francofonía en decadencia. Neutralizado el peligro rojo, el discurso se desplazó rápidamente hacia la confrontación con el integrismo islámico, que, en muchas ocasiones, fue utilizado para la guerra caliente que libraban Washington y París en distintos puntos del planeta.

Separarse de Francia ha sido siempre una tarea dolorosa. Una vez te conviertes en colonia gala, con el desastre que ello conlleva, tu posterior deseo de afirmación exige mucha sangre y, probablemente, un nuevo padrino más fuerte. España no ha sido la única perjudicada por los gobiernos de los nefastos Giscard y Mitterrand, indiferentes, por decirlo de forma suave, al santuario etarra. Ruanda, con un millón de asesinatos en los noventa, le debe parte de la génesis de su genocidio al fallecido caudillo socialista francés. Una vez consumado el fracaso a escala global del régimen de Chirac, Sarkozy sólo llega para maquillar el orgullo de la metrópoli derrotada y para tratar de congraciarla con Washington, a la espera de unas migajas y del mantenimiento de las reservas galas, conocidas como francofonía. No obstante, el panorama en el Congo es aterrador, y Bélgica está a un paso de la división. Queda por ver si España entra en el acuerdo o logra su independencia definitiva a partir de marzo de 2008.

De todos es conocida la trágica relación de hutus y tutsis a lo largo de casi ocho siglos. Las tensiones tomaron un cariz apocalíptico a partir de los sesenta. Una década más tarde, unos 400.000 hutus fueron asesinados en la vecina Burundi, plantándose así nuevas semillas de rencor en un campo abonado por demasiadas afrentas. Los hutus fueron siempre los agricultores pobres, frente a la élite de ganaderos tutsis, favorecidos por la administración belga, que no dudó en jugar la carta étnica para controlar a ambas comunidades. En abril de 1994, el presidente hutu Habyarimana muere en un atentado y comienza el genocidio de tutsis a manos de hutus armados y perfectamente organizados hasta en la más remota aldea. Más de 800.000 tutsis son asesinados en pocos meses, ante la indiferencia de UNAMIR, la misión de Naciones Unidas, y de las potencias europeas con fuertes intereses en la zona. El genocidio había sido planificado al milímetro por las élites hutus, incluso en consejos de ministros, lo que rompe con la imagen de una locura tribal y espontánea que se ha querido ofrecer a la comunidad internacional.

La suerte de los tutsis ruandeses ya estaba echada, no obstante, cuatro años antes del asesinato del presidente Habyarimana. La Operación Turquesa, a cargo de Francia, ha quedado en la retina de muchos occidentales como la que pacificó Ruanda en 1994, antes de que los tutsis retomaran el poder con su potente FPR. Sin embargo, cuatro años antes, las excelentes relaciones de Mitterrand y Habyarimana habían puesto en marcha la Operación Noirot, que facilitaría el entrenamiento de las milicias hutus por parte de oficiales franceses como paso previo al diseño definitivo del genocidio promovido por el gobierno ruandés. Una operación Noirot en aras de la francofonía y sus implicaciones geoestratégicas, frente a una Uganda anglófona, pro tutsi y financiada por Estados Unidos.

La caída del régimen de Saddam Hussein habría que interpretarla de forma parecida. Una lucha de Estados Unidos por desplazar la influencia que el régimen canalla de Chirac había consolidado en la zona de la mano de rusos y de chinos sedientos de petróleo barato a cambio de vetos en las Naciones Unidas del corrupto Koffi Annan (procedimiento que el gigante asiático ha seguido en Sudán). Para cualquier persona con inquietudes, pero, sobre todo, para los españoles, por nuestra condición de colonia gala, es imprescindible conocer las actuaciones dentro y fuera de las fronteras del que, probablemente, sea uno de los estados más agresivos y falto de escrúpulos en la historia reciente del mundo. José María Aznar siempre fue un patriota y, por ello, en un ejercicio de afirmación, sacó a España del estercolero franco-alemán y la situó en el eje atlántico. Luego, llegó la sangre del 11M. Quizá los que se manifestaban contra la invasión de Irak, inconscientemente, intuían el precio que íbamos a pagar en desiertos no tan lejanos, que son los nuestros.

Libertad, igualdad, fraternidad, Operación Noirot.

1/12/08

El Dilema de las Reducciones

por Joan Valls

En plena resaca de triunfo socialista, la Universidad de Cádiz publicó, allá por el mes de mayo de 2008, un estudio en el que se concluía que el 94,2 por ciento de los universitarios andaluces quiere ser funcionario o trabajador asalariado. Es cierto que todos los encuestados nacieron probablemente en el mismo año en el que Manuel Chaves ganó sus primeras autonómicas, pero, cuando el 94 por ciento de los universitarios ni tan siquiera piensa o desea crear una empresa, significa que el socialismo ha cumplido sus objetivos con creces. El resto de los universitarios españoles también se caracteriza por su deseo de trabajar para Papá Estado, aunque las cifras no son tan esperpénticas como en Andalucía.

¿Quién es el responsable de esta actitud ante la vida? Para empezar, los universitarios mismos. Verdaderos privilegiados en un mundo en el que el acceso a la educación sigue siendo un lujo, parecen incapaces de valorar el potencial de la misma para el bien común. En países como Estados Unidos, la educación superior supone una costosísima inversión para el alumno, pero se suele rentabilizar en forma de iniciativa empresarial y con el acceso a empleos bien remunerados en el sector privado, que son los que, al fin y al cabo, generan riqueza y prosperidad para el resto de la sociedad. En España, es cierto que la universidad está diseñada, ahora más que nunca, para retrasar todo lo posible la incorporación del estudiante al nanomercado laboral, pero la responsabilidad individual será, hoy y siempre, un factor innegable en el éxito o el fracaso.

Durante un tiempo, intenté aplicar el dilema del prisionero a ciertos problemas de la sociedad española, concretamente los de la juventud. Como no fui capaz de lograr resultados satisfactorios, centré mi atención en algo que siempre me ha llamado la atención: las estrategias en el diseño de quinielas y sus posibles aplicaciones al análisis del comportamiento humano. Lo que me he decidido a bautizar como el Dilema de las Reducciones plantea lo siguiente de forma muy resumida: con la misma inversión, un quinielista juega al método directo con el objetivo de lograr 14 aciertos, mientras que otro, mediante el método reducido, se centra en los 13 o incluso en los 12 u 11. En el caso de nuestros universitarios, parece que la aspiración es lograr esos 13 o 12 aciertos. Visto de forma individual, la opción puede ser viable: personas sin más aspiraciones en el ámbito laboral que lograr unos ingresos fijos y desarrollar una tarea rutinaria de por vida apuestan por las oposiciones y no arriesgan tiempo y capital en iniciativas empresariales. Pero cuando es el conjunto de la sociedad el que aspira a lo mismo, el resultado, como ya lo estamos viendo, es catastrófico. Cuando una sociedad juega por el método reducido a lograr 13 o 12 aciertos, sobre todo entre quienes se supone que, por edad, deberían ser los más emprendedores, el futuro es inviable. La falta de riesgos e iniciativas lleva directamente al empobrecimiento y a la mediocridad que encarna Rodríguez y con el que tantos españoles pueden identificarse.

Los jóvenes españoles, por supuesto, no son los únicos responsables de esta situación calamitosa, pero deberían empezar a asumir que nadie les va a sacar las castañas del fuego y que sin riesgo y lucha no habrá resultados. De hecho, las generaciones anteriores les han legado una deuda descomunal escondida en el confort de una habitación con cama y sábanas limpias, tres comidas al día y una paga para que se emborrachen sin molestar demasiado. Claro que esta actitud reducida ya la vimos cuando Aznar intentó sacar a España del estercolero franco-alemán y las masas gritaban el famoso ¡no a los 14 aciertos! al son de las cacerolas.

Así que, cuando el próximo domingo por la mañana, regresen de la fiesta, nuestros presuntos universitarios volverán a tener que rellenar la factura en forma de quiniela que los padres les habrán dejado preparada junto al desayuno. ¿O es que acaso pensaban que hay algo gratis en esta vida? Quizá esta vez jueguen al sistema de reducciones con 11 aciertos como meta, que estos nacieron en los noventa, tú.

Artículo publicado en Libertad Digital

30/11/08

Pepesoe y poder

por Ignacio Moncada

El Pepesoe no deja de ser una unión corporativista, una casta atrincherada tras los muros de la oficialidad que defiende sus propios intereses. Su objetivo es el poder; el poder ante todo, y después ya vendrán otros objetivos. Cuando nuestros políticos deben optar entre el bien de los ciudadanos o el poder, es decir, ganar las elecciones, siempre elegirán lo segundo. Es lo que provoca que les veamos constantemente defendiendo una cosa y la contraria, según convenga a sus aspiraciones de poder. Porque si se defiende una cosa y su contraria realmente no se defiende nada, excepto los intereses de uno mismo.

A lo largo de estos años inmóviles en sus sedes y sus coches oficiales hemos visto a los dirigentes de los dos partidos mayoritarios defender una cosa y su contraria, siempre la mirada puesta en ese falso indicador que son las encuestas, es decir, los trampolines al poder. En la primera legislatura de Zapatero, el Gobierno optó por hacer como que lograban la paz entablando negociaciones con terroristas, y por hacer como que lograban la concordia en España mediante donaciones de competencias a las autonomías con virreyes más radicales. Todo humo y cosmética, una política gestual, pues no se solucionó ningún problema, sino que se agravaron; y no sirvió más que para repetir en el poder de mano de esas comunidades con gula de competencias, y de espaldas al resto. Ganaron las elecciones, y ahora parece que el mundo funciona de otra manera. El terrorismo ahora se combate con la persecución policial y judicial, la prisión, y el no dar un palmo al asesino, que es lo que se decía hace año y medio que agravaba el problema, y que no conduciría a la paz.

La Oposición es si cabe más contradictoria. Rajoy, que había dirigido el barco popular durante cuatro años desde la defensa, tímida, de los principios liberales, se dio de bruces con la minoría electoral. Y emprendió el cambio, como Obama. Excepto por la diferencia de que Obama es un político de nueva hornada que se ha rodeado de los mejores, de gente con experiencia, expertos e intelectuales; y Rajoy es un político profesional, de los de siempre, que ha jubilado a los que podían aportar experiencia y ha apostado por la llaneza y el perfil bajo. El cambio de Rajoy es en realidad un cambio de look, porque el fondo sigue siendo el mismo: el poder a toda costa.

Ahora ha llegado una dura crisis económica, y los políticos se ofrecen para salvarnos. El problema es muy complejo, porque se junta un colapso financiero con una crisis energética e inmobiliaria, una renta disponible acribillada de impuestos y una deuda familiar, empresarial y pública por las nubes. Resolver el problema exige tiempo, valentía y riesgo. Pero el Gobierno dice que no nos preocupemos, porque ellos están al frente. Yo siempre me he preguntado cómo van a sacarnos de la crisis unos políticos que han sido incapaces de detectarla, que no comprenden cómo funcionan las cosas, que no han tenido valor para admitir los problemas, y que rechazan tomar cualquier medida impopular o arriesgada para su felicidad electoral.

En realidad la cuestión es sencilla: van a dejar que pase el tiempo. Cuando el Gobierno vea que hemos tocado fondo, echarán mano a uno de sus más importantes activos, que es Solbes, y le utilizarán como fusible. Le van a echar la culpa, le van a sacrificar por el bien común del partido, y van a adjudicarse a sí mismos la remontada que estará protagonizando en realidad la gente de a pie, con mucho esfuerzo y sacrificio, y que habrá padecido para entonces un coste terrible.

El PP ni siquiera se ha arriesgado, no ya a hacer algo que conlleve cierto riesgo, sino a decirlo. Rajoy opinaba el otro día, por ejemplo, que no había que flexibilizar el mercado laboral, mientras esa inacción cómplice va engrosando las filas de ciudadanos que pasan sus lunes al sol. El barbado opositor al poder critica al Gobierno por algunos flecos de cosas que hace, señala con acierto algunos de los riesgos que corre la sociedad, y propone alguna que otra cosa razonable en una amalgama de confusión y errores. Pero a la hora de la verdad vota a favor de las ocurrencias de Zapatero, en contra de muchos que le dimos la confianza en marzo.

Las disputas del Pepesoe versan sobre gestos y sobre maquillaje mientras el fondo de los asuntos se enquista. A la hora de la verdad, lo que tratan es adormecer a la ciudadanía mientras capitanean las encuestas, y así llegar a las próximas elecciones para mantener o heredar el poder mediante el voto al mal menor. Esto no es sino una apuesta segura en favor de la comodidad de los políticos, y a la vez en contra de los ciudadanos.

Cuatro minutos y veinte segundos de reflexión

Frente a la España del desbarrancadero, cuatro minutos y veinte segundos de reflexión.

(Traducción de la letra al español, en este enlace)