por Joan Valls
Ignació Peyró nos regaló hace unos meses, en las páginas de La Nación, una interesantísima reflexión sobre la actitud de los columnistas de opinión, en la que cita, entre otros, a Valentí Puig y su conclusión de que “ya no se opina para explicar lo que pasa, sino para que el público pueda estar reconfortado con lo que siente”. Rescatemos un párrafo:
“En la medida, sin embargo, en que el periodista abandona su libertad de espíritu, también está abandonando su aportación al bien común de una opinión pública informada. Si la emotividad del público se alimenta con la emotividad mediática, el resultado es una degradación cierta que castra los análisis, simplifica los datos de la realidad y deja al lector o al televidente desarmados ante una manipulación que puede considerar general, con el consiguiente desapego a los consensos mínimos de una comunidad política, y con una clase política que -retroalimentada- ofrece escasas consistencias. Es algo que puede comprobarse en un Gobierno Zapatero que se mira cada día en el espejo de la demoscopia. Según Lippmann, muchas crisis de las democracias occidentales son, en realidad, crisis del periodismo.”
Peyró pone el dedo en la llaga del columnista, pero quizá se echa en falta una crítica al papel de los editores, sobre todo en los medios de la Red. La revolución digital, que estaba llamada a fortalecer a la opinión pública y a elevar el nivel de exigencia de los lectores, ha creado un efecto opuesto en España. El análisis orteguiano de los compartimentos estancos parece más vigente que nunca. Los medios digitales se han convertido en un nuevo refugio de discursos, que, por primera vez, son refrendados instantáneamente por los usuarios en un feedback más teórico que real, lo que fortalece los prejuicios y ahuyenta el contraste de pareceres. Además, salvo unas pocas excepciones, los medios digitales de mayor presencia se mantienen a remolque de la casa matriz, que suele ser un medio escrito o audiovisual de difusión masiva. El éxito de los columnistas puede ser medido al instante y, en función de la respuesta de los lectores, recompensado o penalizado por el editor, lo que, en muchos casos, condicionará el contenido de los siguientes artículos. Hablamos del panopticón del articulista en una dinámica social de dicotomía infantiloide a la que no escapan, por supuesto, la mayoría de editores.
Cualquier editor al que se entreviste argumentará que la audiencia tiene unas demandas que hay que satisfacer. Casi nunca se asume un papel consciente de creación de opinión. Para evitar responsabilidades, se presenta la opinión como una respuesta a la exigencia del lector. Si se asume la opinión como parte innegociable de un producto, la fórmula de presunta respuesta a la demanda del lector continuará empobreciendo la calidad del debate. Si, por el contrario, como Habermas, asumimos que la esfera pública se ha reducido de forma dramática en Occidente, tendremos que buscar urgentemente fórmulas para crear una opinión lo menos mercantilizada posible. Una fórmula para desbunkerizar la opinión sería la rotación de articulistas de todas las tendencias ideológicas por los medios digitales. Eso exigiría generosidad por parte de los editores y, sobre todo, de los columnistas. Sería un paso para acostumbrar a los lectores al debate de discursos ajenos desde la propia comodidad del búnker. Y, sobre todo, para que el creador de opinión se sienta libre para desarrollar su potencial en libertad.
18/10/08
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2 comentarios:
Excelente visión, enhorabuena. Yo creo que la vorágine informativa nos provoca una lectura superficial, una comprensión superficial, que obliga a una especie de pensamiento igualmente superficial, que no entiende las razones profundas y, como bien dices, se limita a reforzar los sentimientos de pertenencia al grupo y otras cuestiones primarias (yo soy de los buenos, yo tengo razón) sin ayudar a contemplar la realidad desde otras perspectivas. ¡Ah, qué tiempos aquellos de D21!
No, gracias. Los medios públicos sí deberían contratar los programas "informativos" de forma rotatoria a medios de distinto color (mientras existan medios de distinto color), pero no me meta Ud opinadores y comentaristas de todo signo en el resto de medios. Yo sé dónde está cada uno y quiero tener la libertad de elegir lo que quiero oír, no la obligación de tragarme lo que me quieren dar. Libertad, no pido más.
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